Un regalo para el Chinero por P. Manuel Maza Miquel, S.J.

diciembre 1, 2023

 

Un chinero vive viéndolo todo. Desde la puerta del hospital, los vi bajarse de la banderita. ¡Qué mala noche de Nochebuena! Él era alto y joven, de rostro firme. Ella, de cara dulce, solo miraba a su niño enfermo. Los iluminó una yipeta que subía rápido la Lincoln, siempre acelerando, como si alguien llegase tarde a una cena de Nochebuena.

– ¿Dónde están los doctores que atienden a los niños? Preguntó el hombre. – Por aquí mismo- le indiqué. La noche era oscura y el apagón, cariñoso. El hospital se los tragó. En lo alto del hospital dice «Clínica Infantil Dr. Robert Reid Cabral», pero tío Venancio le llamaba “El Angelita” y para mí sigue siendo “El Angelita”. Yo me estaba yendo, el día había sido bueno; pero ya era de noche, y como decía Venancio: «noche no come china».

Todo el mundo quiere curar a su enfermo el 24. Había vendido muchas chinas, y eso que, desde hace dos meses, Papo, el del “frío-frío”, me había quitado mi puesto debajo de la javilla. ¡Ese indecente! Yo lo hubiera sacado, pero él tenía un hermano, ahí mismo, en el destacamento… Todo el mundo sabía que la javilla era el puesto del chinero, desde los tiempos de mi difunto tío Venancio, que había vendido chinas aquí cuando la Feria era Feria. ¡Pero Papo no! Papo tuvo que venir y meterse ahí, dizque porque el hielo pide sombra.

Yo ya estaba recogiendo cuando se formó una discusión política. A mí, Papo me daba toda la cuerda. ¡Campesino ignorante, “trascendío”, boca de burro! La discusión parecía un baile. Primero arrancaban Papo y el paletero. Venían para arriba de mí voceándome sus argumentos y agitando los brazos como nadando entre ideas. Cuando perdían el aliento, el manicero y yo atacábamos, marchando hacia ellos disparándoles política.

A María le habíamos pintado dos hilos de plata en las mejillas. Ella nos miraba y miraba al niño, mientras lo mecía. Sus ojos iban y venían, del niño a nosotros y de nosotros al niño.

Desde que los vi salir tan rápido, yo sabía que algo andaba mal.
-Ay José, ¡se me muere mi niño!, ¿y cómo nos vamos a hacer?
El mentado José, se nos acercó al grupete en discusión.
– Aquí lo que falta es vergüenza- todavía alcancé a vocear antes de callarnos.
– ¿Dónde hay una farmacia cerca?
– A dos cuadras, señor- dijo Martín, el muchacho que con una escoba desflecada barre a diario todo el frente del hospital. Martín es un levente que hasta le ha puesto a la escoba «salud pública». ¡Es un fresco de alante!
– ¿Qué te parece María? Dijo el hombre largo y serio.
– José, el médico dijo que hay que ponerle tres inyecciones en las próximas 12 horas. ¿Cuánto te metió en el bolsillo? – José sacó un billete de a cien.
-Aquí hay para una y sobran diez – dijo.

Ya a mí se me había metido como una cosa en el cuerpo, como si me caminara por dentro el himno nacional, pero yo no fui el primero que habló. – Aquí hay diez con cincuenta, dijo Martín, el brazo tieso y estirado con los cuartos, como si fuera una estatua del Patricio entregando la vida. María le agarró primero la mano entre las suyas y luego los cuartos. Y Martín, que soltó rápido el dinero, se quería quedar con aquella mano y con la sonrisa que rajaba el apagón.

– Aquí hay dieciséis, dije yo, apartando cuatro para dos pasajes. Papo vino detrás, -Aquí hay veinte- Papo era así, él tenía que ser más que yo. El manicero sacó diez. El haitiano de la fritura mandó diez y su competencia, otros diez. Dos camioneros que llevaban horas debajo de un tiesto de camión, le dijeron a Martín: – Alcánzamele ahí y excuse la grasa, hermano. – Eran diez. Un hombre calvo con un bulto negro parece que nos había oído, porque sacó veinte y se los dio a José sin pararse. José nos lo agradeció inclinando la cabeza, parecía el mismísimo Papa caminando por la acera, lo acompañaba Martín. Recostada en la cerca dejó a «salud pública».

El niño lloraba. La noche estaba fría, había llovido en la tarde. El viento norte columpiaba a los risueños candidatos, meciéndose en el semáforo, como si fueran niños sin oficio.

A María le habíamos pintado dos hilos de plata en las mejillas. Ella nos miraba y miraba al niño, mientras lo mecía. Sus ojos iban y venían, del niño a nosotros y de nosotros al niño.

¡Que cómo nos llamábamos! A mí nadie me había preguntado nunca mi nombre en la puerta de este hospital. Luego María volvía la cara hacia la oscuridad de la Lincoln, como queriendo ver regresar a José. Luego, le dijo a Papo,
– ¿Y desde dónde vienes tú empujando este carrito de “frío frío”? ¿Pesa mucho? – Bueno, Papo que no necesitaba que le preguntaran nada para hablar, le dio una cotorra a María con todos los usos que había tenido la madera de su carrito, ¡la historia patria en cuatro ruedas! En eso llegó José. Nos dieron las gracias. José nos saludó a todos y entraron de una vez.
– Ahí nos quedamos velando la noche entera. Parecíamos banqueros vigilando nuestros cuartos.

La noche larga y el aburrimiento me pusieron a conversar con Papo. Es buena gente. Luego todos nos quedamos dormidos. Nos despertaron unas enfermeras que andaban por ahí cerca cantando: -¡Feliz Navidad!-

Como estábamos dormidos, no vimos salir ni a José, ni a María ni al niño. Nos hemos quedado esperando la conclusión. ¿En qué habrá parado el niño? Martín les ha preguntado a todos los doctores y hasta agarró a una monja por el brazo, ¡como si el niño fuera pariente suyo! ¡Es un fresco! Nadie ha vuelto a tocar el tema, pero todos hemos cambiado.

Cuando Martín, el de la escoba me quiere dar cuerda, se me acerca y me dice bajito: – Chinero, le regalaste tu Navidad al niño enfermo de la banderita, y él te hizo el mejor regalo:
– ¡Te regaló a tu amigo Papo!

 

– Manuel Pablo Maza Miquel, S.J.

 

PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR EL CUENTO

1. ¿Qué imagen se había hecho el chinero de Papo y de Martín? ¿Tenía razón de pensar así?
2. ¿Por qué será que a menudo tenemos una imagen falsa y negativa de gente buena?
3. Señala los rasgos que identifican a la María del cuento. Si lo deseas, luego lee Lucas 1, 39 y Juan 2, 3 donde los
evangelistas presentan dos rasgos de María, la madre de Jesús.
4. ¿Qué lección nos dan el chinero, Papo, Martín y todos los que ayudaron a José con las medicinas?
5. ¿Por qué el chinero dice: – todos hemos cambiado-?
6. ¿Por qué la Navidad nos invita a la solidaridad?
7. ¿Por qué Martín le dijo al chinero: -el niño enfermo te hizo el mejor regalo: ¡te regaló a tu amigo, Papo?
8. ¿Qué nos regaló nuestro Padre Dios en la primera Navidad?
9. ¿Qué regalo quisieras recibir de parte del Señor esta Navidad?
10. Puedes leer en la Carta a los Efesios 2, 11 – 14, cómo su autor presenta la obra que hizo Jesús uniendo a los pueblos divididos.

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