Nuestra amada María se quiso quedar, por diác. Jacobo Lama Abreu

enero 1, 2024

En la liturgia se utiliza el término Solemnidad para indicar aquellas celebraciones de los misterios de la vida de Cristo y de los santos que tienen mayor importancia durante todo el año. En ese sentido, también se incluyen a los santos patronos y las dedicaciones de las iglesias principales de una diócesis o parroquiales. En la celebración eucarística del día de una solemnidad, en la que se emplean las oraciones litúrgicas propias de aquella celebración, se recita o se canta el Gloria y el Credo. Las lecturas que se proclaman corresponden a aquellas de la solemnidad, que comprenden una primera lectura con su salmo, la segunda lectura y el Evangelio. Es posible también que algunas solemnidades tengan dos formularios, uno para la Misa de la vigilia y otro para la Misa del día, con oraciones y lecturas diversas.

En la República Dominicana, la Solemnidad de la Bienaventurada Virgen María de la Altagracia no surge inmediatamente desde el momento en que conocemos de la milagrosa imagen que se encuentra en la villa de Higüey o de aquella colocada por Frey Nicolás de Ovando en la capilla del Hospital San Nicolás de Bari en Santo Domingo. Si bien la devoción popular comenzó desde muy temprano, con la presencia de los primeros europeos llegados a la isla, debemos referirnos a un acontecimiento especial que marcaría el 21 de enero como día de la celebración. Sea en Higüey o en Santo Domingo, sabemos que cada año para la solemnidad de la Asunción se celebraba a La Altagracia el 15 de agosto. Esta solemnidad fue fijada ya en la Iglesia en el siglo V, con el sentido de “nacimiento al cielo” o en la tradición bizantina de la “dormición” de Nuestra Señora. En Roma, la fiesta se celebra desde mediados del siglo VII y, al parecer, ese día congregaba de forma especial a los devotos en la isla a celebrar a su Protectora. Mons. Ramón Benito de la Rosa y Carpio nos dice que esta fiesta de la Asunción está representada en el cuadro de La Altagracia. Con la creación de la primera diócesis en América, quien fuera el primer obispo García de Padilla, que no llegó a tomar posesión de su obispado, fundó en 1512 la parroquia de Higüey que comprendía no solo una primitiva iglesia de madera y paja, sino también un santuario mariano, que pudiéramos considerar el primero de América.

No es sino hasta el tiempo en que fuera arzobispo de Santo Domingo, Mons. Isidoro Rodríguez Lorenzo (1767-1788) que se declara el 21 de enero como Solemnidad de Nuestra Señora de La Altagracia. Esta decisión surge a raíz de la Batalla de Sabana Real o de la Limonade de 1692 entre franceses y españoles en la isla, con el fin de desalojar a los primeros de la parte occidental. La batalla fue ganada por los españoles, quienes habían sido encomendados por sus familiares a la Virgen de La Altagracia para que retornaran sanos y salvos. El decreto del arzobispo dice así: «Mandamos que las fiestas de Nuestra Señora de La Altagracia no se comiencen antes o después del expresado día 21 de enero, por ser nuestra voluntad que sea precisamente en éste, señalándose desde ahora para siempre.»

Conocemos, de época de Mons. Adolfo Alejandro Nouel, quien fuera un gran devoto y promotor de La Altagracia (y quien hubiera también gerenciado la coronación canónica de la imagen) los primeros textos litúrgicos que llegan hasta nosotros de la solemnidad. Es posible que antes de este período se utilizara alguna misa votiva de la Virgen para la recurrencia del 21 de enero o que ya, desde la publicación del Misal Romano Tridentino, se haya compuesto la antigua oración colecta que conservamos: “Oh Dios, que concediste al género humano la gracia de la redención por la fecunda virginidad de la bienaventurada María, concédenos que, llamándola Madre de la gracia en la tierra, gocemos de su feliz compañía en el cielo.” El formulario se completaba con los textos de la fiesta del Dulce Nombre de María del 12 de septiembre. Con la reforma litúrgica posterior al Concilio Vaticano II se compusieron nuevos textos para celebrar a La Altagracia, así como se seleccionaron nuevas lecturas. Estos son los textos que permanecen hasta el día de hoy. La oración colecta dirá: “Señor, Dios Nuestro, que nos diste como Madre a la Bienaventurada María, Madre de tu Hijo, concede que nos afiancemos en tu amor ya que gozamos de la protección de la Virgen bajo el título de La Altagracia, y haz que avancemos en la nueva vida.”

En 2022, para la celebración del centenario de la Coronación Canónica de la imagen de Nuestra Señora de la Altagracia, la Comisión Nacional de Liturgia de la Conferencia del Episcopado Dominicano se dio a la noble tarea de revisar toda la eucología y el leccionario propio para la celebración de esta Solemnidad, así como la composición de la Liturgia de las Horas propia. Ya este trabajo, que fue concluido, se encuentra en Roma para su reconocimiento final. Se compuso un nuevo formulario para celebrar la Misa de la Vigilia, retomando aquella colecta antigua, ligeramente modificada. Asimismo, se revisaron las oraciones correspondientes a la misa del día, se propusieron nuevas lecturas para la vigilia y se añadieron nuevas opciones del Evangelio para la misa del día, que cambiarían cada año según el ciclo litúrgico correspondiente. Se ha introducido además un nuevo prefacio, en adición al ya existente, de nueva composición y riqueza poética. Este nuevo prefacio nos remite a la hermosa tradición del naranjo: “Ella, como Estrella de Oriente, escogió como morada el naranjo florecido; ahora guía y protege a los hijos de este pueblo, para que avanzando en la vida de la gracia, conserven la fe, la caridad y la esperanza.”

La liturgia cristiana no es un código fijo ya establecido desde los inicios de la Iglesia que habría que mantener hasta el fin de los tiempos. En cambio, es un cuerpo vivo que va desarrollándose, enriqueciéndose, adaptándose y dando respuestas de fe y de piedad al pueblo que la celebra, al Cuerpo de Cristo que se une a su Cabeza, manteniendo lo esencial, el depósito de la fe, pero dando respuestas en nuevos idiomas y formas de comunicación. Hay una relación constante entre celebración y vida, en el sentido de lo que se celebra implica ser traducido en la vida. De este modo toda vida cristiana es “liturgia”, en cuanto es culto espiritual (Rm 12, 1). No se puede concebir una vida cristiana que se sitúe fuera o al margen, porque la liturgia es el lugar donde el cristiano se incorpora a Cristo y asume su misterio de salvación. De esta forma, la liturgia ofrece al cristiano un medio y una fuente constante de crecimiento y de desarrollo en la vida cristiana. Y el pueblo dominicano no ha sido ajeno a este desarrollo a lo largo de su historia.

Pudiéramos hoy afirmar que la Solemnidad de Nuestra Señora de La Altagracia es la primera y hasta ahora la única celebración que ha surgido de las entrañas de este pueblo, que no ha sido importada de ninguna otra parte, que no ha sido adoptada de ningún otro pueblo o nación. María de La Altagracia ha venido a quedarse con nosotros, y lo compendio con el estribillo de aquella canción que escribí para conmemorar el centenario de su coronación: «Donde ha florecido el naranjo, Dios ha querido su tienda plantar, pues en sus hojas de verde esperanza, nuestra amada María se quiso quedar. Donde el naranjo ha echado raíces, ella nos cubre con su protección y nos enseña cómo adorar al Señor.»

 

-Diác. Jacobo Lama Abreu

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