MÍRALE A ÉL

enero 1, 2023

EL CUADRO DE LA VIRGEN DE LA ALTAGRACIA 

El día 21 de enero celebramos la fiesta de Nuestra Señora de La Altagracia, madre espiritual y protectora del pueblo dominicano. El cuadro de la Altagracia es un ícono, una joya pequeña y preciosa inspirado por Dios. El propósito del cuadro es invitarnos a entrar en la cueva; y juntos con María, adorar y contemplar a Dios hecho hombre, Emmanuel. Su presencia nos hace sentir una paz que sobrepasa todo entendimiento: la presencia de Dios.

 

POR SUS FRUTOS LOS CONOCERÁN 

El dominicano de hoy ha descubierto que la intercesión de la Altagracia da frutos – y frutos en abundancia. Sin saber nada de lo que es un “ícono”, ha entrado en el cuadro, aceptado la invitación de la Altagracia, de arrodillarse junto a ella y ha adorado al Niño en el pesebre, el Emmanuel, Dios con nosotros. El cuadro es una invitación a la oración. 

 

¿QUÉ ES UN ÍCONO? 

La Altagracia es un bellísimo ejemplo de un ícono, uno de esos cuadros profundamente espirituales que existen desde antiguo. 

El ícono de la Altagracia es el fruto de un encuentro entre la técnica magistral y el genio original de un pintor en la cumbre de su profesión inmerso en una meditación larga y profunda, y claramente inspirado por el Espíritu Santo. La palabra “ícono” viene del griego ‘eikon’ y significa ‘imagen’ o ‘representación’: Todo ícono nos invita a entrar y participar dentro del cuadro. La imagen nos lleva a la Presencia de Dios. Se puede decir que es una “teología visible” que ayuda a la oración y a la contemplación. 

 

EL ÍCONO DE LA ALTAGRACIA 

El cuadro nos invita a entrar en él para acompañar a la Virgen. Nosotros, arrodillados a este lado del pesebre y, junto a ella, contemplar al recién nacido Emmanuel. El “momento” es cuando nos damos cuenta de que todo el cuadro se enfoca, a través de ella, hacía Él. Es entonces cuando -casi sin atrevernos a “respirar”-, queremos cantar: “Dios está aquí”, y una profunda contemplación nos envuelve. Todo el cuadro gira en torno a una idea sencilla, pero profunda: este bebé, indefenso, desnudo, acostado en un pesebre ¡es Dios! ¡Dios está aquí! 

 

LA COMPOSICIÓN DEL CUADRO 

El cuadro es un “ícono”, lo que significa que todos los elementos, sus colores y las relaciones entre sí tienen sentido. A la vez, el artista ha reducido el contenido del cuadro a la mínima expresión para enfocar la atención, a través de la Virgen de la Altagracia, al Dios Encarnado, un niño indefenso, que se ofrece para nuestra adoración y contemplación. 

 

“LA ORACIÓN ES LA FUERZA DEL HOMBRE Y LA DEBILIDAD DE DIOS”

Efectivamente, miles de dominicanos instintivamente han entendido la invitación de acompañar a la Virgen, arrodillarse y compartir, piropear, pedir y, sobre todo, orar con ella. Y he aquí la explicación de los tantos milagros atribuidos a la intercesión de la Virgen. Es muy sencillo: el cuadro nos invita a orar de verdad. Y, como dijo san Agustín: “La oración es la fuerza del hombre y la debilidad de Dios”. Dios, en su irrefrenable bondad, no puede resistirse a las súplicas de sus hijos, especialmente a los que son presentados por su propia Madre, Nuestra Señora de la Altagracia. He aquí la razón de los tantos milagros concedidos a través de la Virgencita de Higüey, experimentados a lo largo y ancho del país. Miles de dominicanos han acogido la invitación de orar con ella… ¡y Dios ha respondido! 

 

¿Y LOS FRUTOS? 

Es casi imposible encontrar una familia dominicana que no tenga al menos un testimonio de la intervención de Dios, por la intercesión de la Virgen de la Altagracia: “Por sus frutos los conocerán”. (Mateo 7, 20)

En el Museo de la Altagracia hay unas 35,000 “promesas”. Cada una es un “exvoto”, un testamento físico y explícito, dando gracias por la intercesión de la Altagracia, una y otra vez, desde hace alrededor de cinco siglos hasta el día de hoy, al menos ¡35,000 veces! Cada vez que Él interviene en la vida de alguien es porque quiere atraer a la misma persona (o a alguien cercano) hacia Él. Dios no quiere perdernos a ninguno de nosotros. Así que sus intervenciones son para llamarnos la atención, para que nos detengamos en el camino y consideremos la vida y nuestro lugar en ella. Su esperanza es que, por nuestra propia voluntad, tomemos la decisión de enmendar nuestras vidas, y buscarle a Él. Efectivamente, jamás he oído de un “milagro” de la Altagracia que no trajera como consecuencia la conversión de la persona misma, o de alguien cercano a la persona que lo recibió. 

 

“MÍRALE A ÉL” 

Al volver a examinar el cuadro de la Virgen de la Altagracia, la primera cosa que nos llama la atención es la figura central de María. Sin embargo, al acercarnos más, es evidente que el gesto de su cabeza nos llama a prestar más atención todavía, al que está en el primer plano: el Niño Jesús. Es un gesto que nos invita a arrodillarnos frente al pesebre y, juntos con ella, adorarle a Él, que está representado allí: “Mírale a Él”. La adoración nos lleva a la contemplación y la contemplación al deseo de estar presentes en la cueva, inmóviles como la Madre, velando al Niño, amando al Amor y buscando estar en la presencia de Dios. 

 

LA IDEA CENTRAL 

El cuadro gira en torno a una idea sencilla, pero profunda: este bebé ¡es Dios! 

El mismo Dios que es el Creador del cielo y de la tierra. 

Él – que está siempre presente con una misericordia irrefrenable. 

Él – que sopló el aliento que respiramos y nos ofrece una vida eterna en su presencia. 

Él – inmortal, invisible e inefable… ¡Dios! 

Al comprender una verdad tan enorme, la presencia de Dios, en medio de nosotros, nos asombramos; nos quedamos pasmados, casi atónitos. Solo: “Mirándole a Él”. 

 

LOS SÍMBOLOS 

Hay un problema con la contemplación: la distracción. La Altagracia tiene 50 distintos símbolos para ayudar al distraído. Todos y cada uno de estos símbolos tienen la misma finalidad – ayudarnos a volver a la contemplación de Dios presente en medio de nosotros.

La corona: No es una corona abierta, una corona real. Más bien, es una corona cerrada, una corona imperial, del Rey de los reyes, llevado por la Madre del Rey del Universo, para recordarnos que Dios mismo está aquí. 

La estrella: Por atrás y por arriba, la estrella de la epifanía tiene ocho puntos, que significan Dios en el cielo. Dos de los rayos son como dedos que bendicen: “Este es mi Hijo, el Amado; este es mi Elegido”. Se apunta al pesebre, y nos recuerda que Dios está aquí. Por ejemplo, el rayo de luz que traspasa a María, sin dañarla en forma alguna, para encarnar a Emmanuel, Dios con nosotros. ¡Dios está aquí!

 

RESUMEN 

Frente a la Altagracia, solo hay que hacer una cosa: orar. 

¡Dios está aquí! 

Tan cierto como el aire que respiro. 

Tan cierto como en la mañana se levanta el sol. 

Tan cierto como yo le canto y me puede oír.

 

– John Fleury, scv.

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