Yo, Luis, hermano de todos los que día tras día se alimentan con la Palabra de Vida, a través de la revista Rayo de Luz, les quiero contar que estando en “un país en el mundo, colocado en un inverosímil archipiélago de azúcar y de alcohol”, tuve la más hermosa experiencia jamás soñada.
En una tarde lluviosa de otoño, en que los días se van acortando, las aves emigran a otras tierras respondiendo a su reloj biológico, y a las hojas de los árboles se les hace imposible resistir su caída, tuve un sueño. Sí, me soñé con María.
Era el mes de octubre y las Avemaría del Rosario le hacían competencia al sonido de la lluvia que caía sobre la casa, cobijada de zinc, donde me había quedado dormido. En forma instintiva, empecé también yo a balbucear la oración que de niño había repetido con mi madre cada día al caer la tarde.
Cuando ofrecía con mis labios una de esas rosas de amor a María, siempre en el sueño, se me acercó ella, ataviada con ropa campesina, y me dijo: “Aquí estoy, yo soy la esclava del Señor, hágase en mí según su Palabra.”
Mi corazón se estremeció y vibró de emoción al escuchar su voz: dulce, meliflua y armoniosa como la más cotizada locutora anhelaría tener. Y sentí también yo la necesidad de repetir, como si fuera un eco que en forma litánica rebotaba de jalda a jalda en las colinas y montañas del campo dominicano: “Hágase en mí según su Palabra.”
Vi a María, entonces, colocarse junto a José y al Niño, conformando una estampa criolla que al instante me evocó la imagen que en cada peregrinación contemplo en la Villa de Salvaleón de Higüey. Su manto era azul, su vestido, rojo encarnado y blanco; en forma de cruz, su delantal. Eran los mismos colores escogidos por Duarte, junto a Isidro Pérez y Pedro A. Pina, para el pabellón nacional, simbolizando la unión de las razas que pueblan el suelo de Quisqueya; etnias unidas por los lazos de la redención cristiana. Comprendí, entonces, por qué nuestro pueblo la llama: “Estrella de la mañana”.
Contemplando este espectáculo místico, me quedé boquiabierto, sin saber qué decir, como en un éxtasis. Solo atiné a preguntarle: “¡Oh, María!, ¿Cuándo tú llegaste?” A lo que ella, con tono de voz de campo adentro, dulcemente respondió: “Siempre he estado aquí, junto a mi pueblo; desde antes que el Yaque naciera en las Agüitas Frías, camino al Pico Duarte, distribuyendo sus aguas por igual hacia el Norte y el Sur.”
“Estoy aquí, mucho antes que el Masacre dividiera los pueblos; ya desde entonces el Misericordioso me tenía un lugar reservado en cada hogar, donde recostar al Niño de mis entrañas.” Vi entonces que José, siempre en el más solemne silencio, como es su costumbre, asentía pausadamente meneando hacia arriba y abajo la cabeza, como diciendo: “Así es”, expresión corporal del varón justo que coincidió, en forma sincrónica, con un amén del Avemaría del Rosario, que a esas horas se hacía tendencia viral a nivel nacional.
Tomándome de la mano, María me condujo entonces a visitar, uno tras otro los hospitales y clínicas de este y del otro lado del Artibonito, cubriendo con su manto materno y acariciando a cada enfermo. Recordé, entonces, lo que en las letanías había escuchado tantas veces: “Yo soy salud de los enfermos.”
Junto a mí se dirigió entonces a los escondrijos más ocultos y tenebrosos del bajo mundo, donde se fabrica el mal y los planes macabros se engendran, con fétido olor a pecado y a miseria espiritual humana. Y me habló nuevamente en forma enfática diciendo: “Yo soy refugio de los pecadores.” Su rostro campesino reflejaba compasión y misericordia al pronunciar esas palabras.
En este itinerario de visitas sorpresas, María me llevó por los bohíos y cuchitriles donde vive nuestra gente humilde; allí donde, por la penuria y la escasez, el afán diario por encender el fogón o la estufa suda dolor. En cada hogar, especialmente en los más abandonados, resonó nuevamente su voz que me decía: “Yo soy consoladora de los afligidos.”
Se había corrido ya la voz de que estábamos en camino y no pude contener mi emoción al ver que de los distintos rincones se acercaban miles y miles de mujeres con niños en los brazos, entonando contagiosos cantos. Una marcha de madres, del campo y la ciudad, acompañadas también por los hombres que, al estilo de José, veneraban en silencio el protagonismo materno de la mujer. Oí entonces un cántico dedicado a María entonado por esa multitud que repetía: “Tú eres causa de nuestra alegría.”
Y todas levantaron triunfantes las criaturas, frutos de sus entrañas, que habían escapado a la saña cruel de los Herodes de ayer y de hoy. Todas las madres entonces, testimoniando el valor de la vida, junto a María proclamaron: “Nos ha nacido un Niño y es su nombre Dios con Nosotros, Enmanuel.” Y los hombres a una dijeron con José: “AMÉN, a Ti la gloria Señor por los siglos.”
Orquestas celestiales que entonaban aleluyas al Hijo de María se unieron al gozo del momento, silenciando los gritos del dolor humano. Y Rayos de Luz, a guisa de fuegos artificiales, completaron la alegría del cielo y de la tierra.
Las sinfonías de los aleluyas me despertaron, dejando en mí el compromiso de luchar por la vida y el agradable gozo de saber que soñé con María.
– P. Luis Rosario
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Wow que belleza
P. Luis cuantas bellezas y creatividad en tu sueño ; felicidades
El mejor sueño existente que cualquiera podría tener..Aleluya Floria a Dios?
Lindo sueño
Hermoso sueño
amen???
¡Amén!