Los desempleados no cuentan por Francisco (Pacho) Bermeo

abril 1, 2024

Muchas veces por estar tan metidos en nuestras propias realidades, búsquedas, dificultades e historias, perdemos de vista el entorno que nos circunda y, al no estar atentos a lo que nos rodea, terminamos siendo parte del tsunami masificante y utilitarista que se lleva por delante, entre sus olas, a los más pequeños, frágiles, olvidados e invisibles de la sociedad. 

Los medios de comunicación y las redes sociales están construidos para proponer como modelos de sus ratings y de sus algoritmos a quienes están dentro de sus cánones de belleza, de popularidad, de poder o de lujo, y a quienes caben en sus estándares -cada vez más estrechos- de “modelos de felicidad”. 

Aunque tengo un montón de razones para estar en contra de este tipo de paradigmas mediáticos y prototipos sociales, lo que más me preocupa es que los creyentes, que deberíamos ser los abanderados de un estilo de vida opuesto a todo lo anterior, caemos en el juego y nos movemos dentro de esos mismos cánones que vemos en portales y redes sociales de “influencers” mediáticos. Sacerdotes, pastores, religiosos, músicos o predicadores que, a lo largo y ancho de capillas, parroquias, diócesis, eventos, congresos, retiros, perfiles de redes sociales, etc., lucen y ostentan sus comidas, sus ropas de marca, sus lujos y privilegios, convirtiéndose de esa manera en unos “vendedores” de estilos de vida que están en contra de la propuesta del Dios del Reino revelado en Jesús. 

No se necesita ser expertos en Sagrada Escritura para darse cuenta con una sencilla mirada transversal a la Biblia que, en ella, desde las primeras páginas hasta el final del Apocalipsis, el Dios que se nos presenta es el que está en contra de los opresores, de aquellos que marginan, segregan y destruyen la vida y la dignidad de sus semejantes. Ya en el libro del Génesis vemos a Caín aniquilando a Abel, y a YHWH (Yahvé) preguntándole “¿dónde está tu hermano?” (Cf. Gn 4,8-9). Es que al Dios de la revelación le interesan más las personas que los ritos, las historias humanas más que los sacrificios, las luchas de sus hijos más que el cumplimiento de normas de piedad. 

Es ese mismo Dios el que le dice a Moisés, en el encuentro sostenido desde la zarza en el Horeb, que ha visto el sufrimiento de su pueblo oprimido por el faraón, que ha escuchado sus clamores y que sabe bien lo que padecen a manos de los tiranos, y que por esto los quiere sacar a una tierra “grande y espaciosa” -en donde quepan TODOS- para transformar sus historias, darles esperanza y devolverles la dignidad; pero que nada de esto será posible si no cuenta con el liderazgo de caudillos como él que sean capaces de “descalzarse” y poner los pies en las mismas tierras sufridas de aquellos que son sus hermanos, sintiendo y condoliéndose con los suyos. 

Este Dios que le habla al hebreo nacido en Egipto es el mismo que jamás estará a favor de los maltratadores, de los déspotas, de los opresores o de los dictadores. Es de quien canta María, la madre de Jesús cuando en el Magnificat denuncia profética mente: “Dispersó a los de corazón altanero. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes…”. (Lc 1, 51-52). 

En la época de Jesús la sociedad estaba basada en la producción, en el cumplimiento de ritos y normas religiosas y profundamente androcéntrica. Esto se traducía cotidianamente en el desprecio a aquellos que no podían trabajar ni producían réditos económicos o a quienes eran una carga para los demás, como por ejemplo los niños; los infantes no producían nada; por el contrario, eran frágiles, débiles, enfermizos, llorones, solo comían, se ensuciaban, demandaban atención y no aportaban para su sostenimiento. Las mujeres no tenían derecho a participar de la vida pública, de las escuelas rabínicas, de la instrucción, del conocimiento, de los debates, de las decisiones y ni siquiera podían valerse y sustentarse por ellas mismas. 

En un contexto social así, agravado por la opresión de un poder militar invasor como lo era el Imperio roma no que había exprimido a los hebreos subyugándolos con impuestos, con ajusticiamientos públicos, torturas, desplazamientos, miedo y desesperanza, aparece en la invisible Nazaret, de la marginada Galilea, un “tékton” -trabajador rústico, de manos callosas, dedicado a bregar con materiales duros como la piedra, la madera, el metal, etc.-, que tiene una singular experiencia de la Paterna-Maternidad de Dios y que lo empuja a declarar en su programa de espiritualidad misionera en Lc 4,18-19: “El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. ” 

Si ese es el target en el que el Espíritu del Señor le reveló a Jesús que debería ser su búsqueda prioritaria, incluso yendo en contra de lo políticamente correcto, cuánto más nosotros que somos sus discípulos y que vivimos en una sociedad que invisibiliza a los ancianos, a los niños, a los discapacitados, a los migrantes, a los desempleados, a los enfermos, a los habitantes de la calle y a todos los que no caben dentro de los estereotipos de belleza y poder que la sociedad idealiza, tendríamos que enfilar nuestras fuerzas pastorales y las estructuras eclesiales para visibilizar y priorizar a estos que son, sin duda, los preferidos de Dios y decir “Dejen que los niños vengan a mí” o llamar a las mujeres, a las prostitutas, a los publicanos, a los desempleados, a los mal vistos y a los marginados, y con ellos hacer una comunidad paradigmática en nuestro aquí y ahora como signos del verdadero Reino de los Cielos en la tierra.

 

-Francisco (Pacho) Bermeo

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