Él quitó la botella de ron de mi mano

septiembre 1, 2023

El domingo 8 de abril de 2018, asistí por primera vez y “por casualidad” a una de las misas en memoria del fallecimiento del padre Emiliano Tardif, con oración especial por los enfermos, que se celebra cada día 8 en la Casa de la Anunciación.

Ese día, luego de participar en un compartir familiar asistí a la Misa de las 6:00 pm de la Casa de La Anunciación, como es mi costumbre. Me sorprendió que el entorno estaba muy congestionado de vehículos y, al conocer el motivo, seguí conduciendo, pero como no encontré estacionamiento, me disponía a irme a casa. No obstante, me mantenía dando vueltas en la zona tratando de despejar ese pensamiento recurrente: “Es temprano todavía, ¿a qué te vas a tu casa?”, y en una de las calles alternas al lugar logré estacionarme y caminar hacia la Casa de la Anunciación.

Cuando llegué al área donde se celebra la Eucaristía, uno de los servidores del orden me dijo que no había asiento disponible allí, pero que me fuera a la Capilla del Santísimo, donde encontraría silla y la Misa se proyectaba a través de una pantalla gigante. Una vez allí, noté que había un problema con el sonido, y aunque podía ver lo que sucedía en el altar, no se escuchaba ni la Misa ni el momento de la oración cuando se comunicaron las palabras de conocimiento. Fue en ese momento que pensé: “bueno, aunque no escuche nada, lo importante es que estoy en Misa”.

Terminada la misma me fui a mi casa y estando en la cocina de mi apartamento, donde me disponía a preparar una bebida alcohólica que solía tomar todas las noches, pude experimentar de una forma viva y real la presencia de Jesús, quien no tengo dudas de que estaba allí conmigo. Sentí como Él me agarró y dobló, con suave firmeza, la mano donde yo tenía una botella de ron y me hizo verter todo el contenido de la botella en el fregadero. No les niego que yo estaba en un inexplicable estado de shock, pero al mismo tiempo no sentía miedo. Y además de que me deshice del recipiente que usaba como medida de los dos tragos que solía beber, ni ese día ni los siguientes volví a sentir necesidad de ingerirla.

Transcurridos tres días de esa experiencia -como un signo-, miércoles en la noche, me encontraba en los alrededores de la Casa de la Anunciación en medio de un tránsito de vehículos muy saturado. Por ello, resolví ir hacia allá y quedarme un rato en la Capilla del Santísimo; pero, cuando llegué a la recepción, una persona del equipo de acogida me invitó a pasar al salón principal para que participara en la Asamblea de Oración de cada miércoles que -como otro signo- lleva por nombre “Jesús Resucitado” y estaba a punto de iniciar. Entonces me quedé y justo esa noche motivaban a los presentes a que si alguien tenía algún testimonio que ofrecer, pasara al frente y lo compartiera.

Luego de que varios hermanos compartieran, me decidí y conté lo que me había sucedido ese domingo, a lo que juntos dimos gloria a Dios. Al final de la Asamblea, una hermana se me acercó y me preguntó si yo había estado en la reciente Misa del día 8 y al decirle que sí, me dijo que entonces yo era la persona que el Señor había liberado del vicio del alcohol que anunciaron a través de una palabra de conocimiento, Profecía de la que yo me estaba enterando justo en ese momento, ante el problema de audio que había en el lugar donde yo estaba sentado ese día. Ello, desde luego, seguía cobrando un mayor sentido para mí respecto a todo lo que estaba viviendo.

Debo señalar que, nunca de día, sino de noche, tenía el hábito, costumbre, adicción, o como se le quiera llamar, de tomar esos dos tragos de ron. Era una práctica enraizada en mí, desde hacía unos treinta años. Les comento que, a partir de ese día, no he vuelto a tomar alcohol ni siquiera en vino o cerveza.

El siguiente domingo en la Misa de las 6:00 p.m., a la que acostumbro a asistir, como dije, meditando sobre lo que me había ocurrido, relacioné que un año antes, luego de una buena confesión y dirección espiritual con un sacerdote amigo, me señaló que ya no existía ningún impedimento para que yo comulgara puesto que estaba divorciado de mi última esposa con quien estuve casado por la Iglesia. Prevalecía el vínculo del sacramento con la persona pero estábamos separados. Entonces comulgué con profundo recogimiento tanto ese día como el día siguiente; claro está, sin dejar mi hábito de bebida.

Ambas noches y en profundo sueño sentí de repente fuertes arritmias que me hicieron levantar de inmediato. Al día siguiente, le compartí a una hermana en la fe lo que me había sucedido. Ella me señaló que debía dejar la bebida porque entendía que ahí había un mensaje. En ese momento, y en una completa ignorancia e inconsciencia, ponderando una cosa y otra, y siendo un hábito que disfrutaba tanto, me decidí continuar sin recibir a Jesús Eucaristía.

Por gracia de Dios, Él nunca se rindió conmigo y como un perfecto caballero e inadvertidamente para mí, siguió tratando hasta que finalmente me libró de ese vicio y me condujo a optar por Él, quien siempre es y será la mejor elección.

Gracias a lo que Él hizo por mí, he podido de nuevo comulgar. Y esa experiencia, tan palpable para mí, sin dudas ha afianzado grandemente mi creencia en Él y me ha servido para agradecer su intervención en favor mío y al mismo tiempo en bien de mis familiares y relacionados. Hoy lo asumo como un referente de su presencia entre nosotros y lo actualizo cada vez que me traslado mentalmente a aquel momento. También me sirve, desde luego, para orar y buscarlo cuando me asalta algún pensamiento negativo o siento tristeza.

Jesús está vivo y a Él le agradezco su fidelidad y también el hecho de que me puedo congregar y compartir mi fe junto a otros hermanos en la Asamblea Jesús Resucitado, de la Casa de La Anunciación.

 

– Víctor Báez Gómez.

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