SANAR LA HERIDA A TRAVÉS DEL AMOR DE DIOS, por Dilmery Díaz

mayo 1, 2023

Nací en una familia de fe católica, pero no fue sino a mis 15 años cuando comencé a hacer vida parroquial; y aun sin conocer el término, a considerarme como una laica comprometida. Mis primeros pasos los di en mi amada Comunidad Labrador, donde fraternicé con amigos que hoy son mi familia, mis hermanos. Junto con ellos, fui instruida por guías que a lo largo del tiempo se convirtieron en ejemplos a seguir. En esos primeros pasos de mi vida eclesial fue donde surgió mi amor por el canto y fue como llegué a mi querido ministerio: “Coro Juvenil La Milagrosa”, y que hoy lleva por nombre: “Ministerio Kerigma”.

En los caminos del Señor nada es por casualidad y fue en el transcurso de esos primeros pasos donde Dios sanó una herida que guardaba en mi corazón, pero no reconocía. En el año 2003, Dios se manifestó grandemente en mi vida, este hermoso encuentro tuvo lugar en Pinar Quemado, Jarabacoa. Fue una convivencia hermosa en la que como comunidad nos unimos más y como personas fuimos renovadas y yo no fui la excepción.

Recuerdo de esa noche: la luna llena, se sentía una paz inmensa, la naturaleza hacía armonía y el tema impartido fue sanador.

En la vida de todo ser humano, la familia juega un rol importante y fue a mis 12 años donde viví y sufrí la separación de mis padres. Ciertamente, esa situación me provocaba dolor, pero fue en esa noche donde verdaderamente lo pude reconocer y donde sané, 4 años más tarde, para la gloria de Dios.

El charlista hizo una oración guiada en la que nos invitaba a que si teníamos dolor, culpa o alguna diferencia con un miembro de la familia entregáramos a Dios eso que nos ataba y que no nos dejaba sentir paz para que pudiéramos ser liberados. Como dinámica, colocaron a dos personas en frente, una mujer y un hombre, en representación de nuestros padres; luego el moderador dijo unas palabras sencillas, pero que me tocaron mucho: “Si alguno de los presentes tiene dolor con su papá o con su mamá es el momento de sanar; abracen a Nancy los que tienen dolor con su mamá y a Nelson los que sienten dolor con su papá”.

Cuando abracé a quien representaba a mi madre, comenzaron a correr las lágrimas por mi rostro, pues mi corazón reflejaba el amor por mami y la tristeza por la que en ese momento la vi pasar. La abrazaba fuerte y le decía que la quería, que fuera feliz, que no me gustaba verla así; cuando abracé a quien representaba mi papá, wao, ¡cuánto lloré! Le dije que me hacía falta, que a mi vida sin su presencia le faltaba algo, pero que le perdonaba; luego de esas palabras, sentí un gran alivio, sentí paz y aunque continuaba llorando mis lágrimas eran de liberación y de gozo. Luego de terminar la actividad de ese día, en la habitación donde dormía, le daba gracias a Dios por esa noche y aún con lágrimas en los ojos sentía su presencia diciéndome: todo va estar bien, eres mi hija y te amo.

Y así fue; esa convivencia marcó un antes y un después en mi vida. La separación de mis padres dejó de ser una carga pesada en mi vida y fue cuando empecé a orar para que la relación entre ellos fuese más amigable. Dios hizo posible el diálogo entre ellos y obró grandemente e hizo realidad uno de mis sueños: recibir el Sacramento del Matrimonio y tenerlos a ambos en armonía, juntos en mi boda.

Tener a Dios es ganancia, tener a Dios es sanar, es liberar y es vivir en unión sin importar la situación por la que atravesemos. La clave está en la fe, en la oración y en esperar en el Dios, quien es amor, y su armonía, juntos en mi boda.           

 – Dilmery D. Díaz Arias

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