Padre Emiliano Tardif: Un hombre de Dios, sencillo y cercano

junio 1, 2025

El mes de junio tiene un significado especial para mí.  No solo es el mes en donde se celebra la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, sino que en este mes tuvieron lugar el nacimiento (el 6 de junio de 1928) y el fallecimiento (el 8 de junio de 1999) de una persona extraordinaria. Me refiero al padre Emiliano Tardif, un sacerdote cuya vida y ministerio estuvieron marcados por la sencillez, la afabilidad y un profundo carisma de sanación, y a quien tuve la dicha conocer y haber sido testigo y beneficiario de los dones que Dios puso en él.

Nacido en Canadá, Emiliano Tardif ingresó a la Congregación de los Misioneros del Sagrado Corazón y fue ordenado sacerdote en 1955. Poco después, fue enviado como misionero a la República Dominicana, donde desempeñó gran parte de su labor pastoral. Desde el inicio, se destacó por su cercanía con la gente, su trato amable y su entrega total al servicio de Dios y de los más necesitados.

La vida del padre Tardif dio un giro significativo cuando, en 1973, enfermó gravemente de tuberculosis. Durante su convalecencia en Canadá, un grupo de la Renovación Carismática oró por su sanación, y él experimentó un milagro que transformó su vida. A partir de ese momento, comenzó a predicar sobre la acción del Espíritu Santo y el poder de la oración, y Dios lo usó de manera extraordinaria en el ministerio de la oración por sanación de los enfermos.

Claro está, el padre Tardif nunca se atribuyó ningún mérito por las sanaciones que ocurrían en sus encuentros de oración. Siempre dejaba claro que era Dios quien sanaba y que él solo era un humilde “burrito que llevaba a Jesús”. Además de su don de sanación, lo que más impactaba de Emiliano Tardif era su alegría y su cercanía. Era un hombre afable, que transmitía paz y gozo a quienes lo rodeaban. Su manera de predicar era sencilla, pero llena de sabiduría y de unción. Con un lenguaje claro y directo, lograba tocar los corazones y encender en ellos el deseo de una vida de oración más profunda y de fe en Dios.

Uno de sus lemas más recordados es: “¡Jesús está vivo!”. Esta frase resume su fe en el Cristo que sigue actuando en la vida de las personas, sanando, liberando y transformando corazones.

En lo que a mi vida de fe respecta, tuve mi encuentro personal con Jesús en un grupo de oración de la Renovación Carismática Católica a mediados de los años 90, y recibí la dicha de formarme con los cursos que se imparten en la Escuela de Evangelización San Juan Pablo II, en Santo Domingo. Esta escuela fue una idea y un proyecto que Dios puso en el corazón del padre Emiliano, y en cuyo lugar he recibido la formación que ha sido una parte integral en mi vida de fe.

¿Cómo olvidar aquella experiencia extraordinaria, relacionada con el padre Emiliano y que tanto me afianzó en mi camino de fe, ocurrida cerca de la fecha de mi encuentro personal con Jesús, en un retiro de Cuaresma celebrado en el Polideportivo del Colegio Loyola? Fui a “confirmar” lo que decían de este hombre. Escéptico me dije: “Quiero ver si es cierto que Dios lo usa como dicen”. ¡Qué osado fui! Al llegar al lugar, me encontré en el estacionamiento con una familia que sacaba una silla de ruedas para sentar a un adolescente con discapacidad. Estando ya dentro del Polideportivo, noté que la familia se había sentado cerca de donde yo estaba. Llegó el momento de la oración de sanación por los enfermos. En un momento determinado, el padre Emiliano recibió una palabra de conocimiento sobre un adolescente que Dios estaba sanando entre la multitud. Para mi sorpresa, se trataba del adolescente que, cuando llegué al retiro, había visto en el estacionamiento en silla de ruedas. El padre Emiliano incluso señaló el lugar por donde se encontraba. Luego los padres del joven lo ayudaron a incorporarse. El padre Emiliano pedía que lo dejaran solo y le dijo al jovencito que intentara caminar, que Jesús lo estaba sanando.

El adolescente comenzó a dar pasos con torpeza y cada vez lo hacía con más firmeza y seguridad. El público alababa al Señor con algarabía y júbilo. Yo lloraba de la emoción y del impacto que, en lo personal, eso me provocó. Como había ido a confirmar, Dios me mostró cómo obraba por medio de este gran ser humano. El adolescente caminó delante de mis ojos y fui testigo de que “Jesús está vivo”. A la salida del retiro volví a ver a los padres del joven, ahora preguntándose qué iban a hacer con la silla de ruedas. Duré varios días pidiéndole perdón al Señor por mi insolencia e incredulidad.

Han sido tantas las experiencias de fe que han impactado positivamente mi vida, que no me cansaré de darle las gracias a Dios. Y por supuesto, no puedo dejar pasar la oportunidad de compartir otro testimonio que involucra al padre Emiliano, y del que han pasado ya alrededor de unos dos años. Resulta que, jugando baloncesto con mi hijo, me había fracturado la muñeca derecha y llevaba más de un mes con un dolor intenso que no se me quitaba. Y sí: había sido irresponsable por no ir al médico, esperando que en algún momento y por sí solo el dolor empezara a ceder. Luego, un sábado en la mañana, y como parte de mi proceso de investigación para la escritura del guión de la película “Día ocho”, de la cual tuve la dicha de ser el guionista, me encontraba leyendo el formidable libro “Jesús está vivo”. De repente, sin explicación alguna, comencé a llorar. Acto seguido, sentí en mi cabeza y por toda mi espalda un sutil y tierno cosquilleo. Por experiencias pasadas, sabía que algo extraordinario me estaba sucediendo. En medio del inexplicable llanto, llamé a varias personas cercanas para contarles.

Poco a poco empecé a sentir una profunda emoción, la cual me permitía entender que algo se estaba sanando en mi corazón. Lloré profundamente por otro buen rato, y tan pronto sentí una gran paz, coloqué mi mano izquierda sobre mi muñeca derecha y pronuncié la siguiente oración: “Padre Emiliano, no soy mucho de pedir intercesión, pero sé que eras un hombre de bien y que, mientras estuviste en la tierra, pasaste entre nosotros haciendo siempre el bien. Por tal razón, te pido que intercedas ante nuestro amigo Jesús para que Él me sane”. Ese día no sentí nada extraordinario, pero al día siguiente y mientras me preparaba para ir a la Eucaristía, me percaté de que podía abotonarme la camisa sin experimentar ningún tipo de molestia o dolor; podía conducir, abrir y cerrar puertas, acciones que hasta el día anterior no podía realizar con mi mano derecha. Por lo que, ante lo ocurrido, caí de rodillas y di muchas gracias a Dios. En la trayectoria de mi vida de fe, al menos de manera consciente, no había recibido antes “una sanación física”. Por supuesto, esto siguió afianzando mi fe en Dios y me hizo reconocer y valorar la importancia y el poder de la intercesión. De paso, les confieso que, hasta ahora, había conservado este testimonio como algo personal, pero así fue como sucedió y me alegra compartirlo.

En definitiva, Dios hizo su obra en mí por una razón tan simple como profunda, y es la que el padre Emiliano no dejaba de manifestar en todo momento: ¡JESÚS ESTÁ VIVO!

El padre Tardif partió a la Casa del Padre en junio de 1999, por lo que en este mes conmemoramos 26 años de su partida. Hoy más que nunca su legado sigue vivo en la Iglesia, y es que supo ser un gran misionero que, llevando a Jesús, recorrió el mundo sin maletas. Sus escritos, predicaciones y testimonios siguen inspirando a quienes buscan una relación más profunda con Dios. Su vida nos recuerda que la verdadera grandeza no está en el reconocimiento humano, sino en la sencillez de un corazón entregado al servicio de Dios y de los demás.

– Eudys Cordero

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