Octubre Misionero por P. Rodrigo Hernández

octubre 1, 2022

A través de la historia, la Iglesia se ha entregado de muchas maneras a responder al mandato misionero de Jesús, aunque evidentemente no ha sido siempre de la misma forma. En el siglo XVII, después de muchos cambios sociales y eclesiásticos, fue el Papa quien tomó las riendas de la misión para organizarlas. Es él quien en un principio confió a distintas órdenes religiosas los territorios de misión (habremos de recordar que en aquellos años había todo un continente por evangelizar), y en muchas ocasiones él mismo envió a los misioneros. 

Ahora bien, como se mezclaba muchas veces los intereses políticos de algunas naciones con los de la evangelización y entraban en conflicto, el Papa Gregorio XV en 1622, después de muchos intentos que no resultaron, fundó la Sagrada Congregación para la Propagación de la Fe. Esto podía parecer algo pequeño, pero inauguró una nueva etapa en la vida de la Iglesia: la responsabilidad de la Iglesia en su tarea evangelizadora se distinguía totalmente de la colonización y, se separaba de la tutela política. Hubo entonces una grandísima proliferación de asociaciones misioneras, de ayuda a las misiones, congregaciones religiosas misioneras. ¡Se desarrolló un auténtico fervor misionero! 

En el siglo XIX había doscientas setenta asociaciones aprobadas por la Iglesia de ayuda a las misiones. Esto fue muy bueno, pero también empezó a llevar a muchos a la confusión y, además, la Congregación de la Propagación de la Fe, que era quien enviaba a los misioneros y administraba los territorios de misión, no tenía medios para sostenerse y desarrollar la misión. Eran más bien algunas pequeñas islas las que se nutrían de las diferentes ayudas que recibían de esas asociaciones y que tenían la suerte de conocer los misioneros y sus proyectos. 

Fue entonces, que se hizo necesario un nuevo examen y una reforma en lo que se refiere a las misiones. Benedicto XV, en 1919, empezó a organizarlo mejor y, en 1922, Pío XI, el Papa de las misiones, creó las Obras Misionales Pontificias, que en ese momento eran tres: 

  1. Obra Pontificia de la Propagación de la Fe. 
  2. Obra Pontificia de la Santa Infancia. 
  3. Obra Pontificia de San Pedro Apóstol. 

Estas eran y son, las obras del Papa para la promoción, sostenimiento y formación de los misioneros. Más tarde, en 1956, se añadió una nueva Obra misional Pontificia: La Unión Misional del Clero. A través de estas cuatro Obras, las OMP como se les llama, hay un cauce eclesial para que todos los fieles católicos, dirigidos por sus obispos y sacerdotes, cooperen en las misiones con su oración y limosna. El Concilio Vaticano II señaló que las OMP son el instrumento principal del Colegio Episcopal para la cooperación y animación de la actividad misionera universal de la Iglesia Católica. 

Obviamente, desde 1922 hasta hoy han pasado cien años y el mundo ha cambiado mucho. Poco a poco, las OMP se han ido adecuando a las diferentes situaciones por las que ha pasado el mundo. Gracias a Dios esto no ha sido complicado, pues en los cinco continentes hay misioneros que, desde abajo, con los más pobres, siempre han podido dar informe de lo que viven con los pies puestos en la tierra sin mucho espacio para perderse en consideraciones teóricas. Lo propio de las OMP, tanto antes como ahora es la animación misionera: crear la conciencia misionera dentro de la Iglesia, animar a la misión y orar por ella. 

Si bien es cierto que por el bautismo todos somos misioneros, algunos son llamados a salir de su tierra para anunciar la esperanza en Dios. Para ser misioneros. Aquellos misioneros que salen de su tierra y son enviados a otros países para ese anuncio, tienen una formación previa y también han de adquirir ese talante misionero que los capacita para la misión. Esa es una de las tareas de las OMP. 

¿Hay algún carisma propio de las OMP? 

¡Claro! Ayudar a la Evangelización integral: el anuncio del Evangelio tiene la prioridad permanente en la misión, pero todos somos bien conscientes de que ese anuncio es también dignificar la vida de las personas; es por eso se procura ayudar en la labor social de las diferentes Iglesias, en la educación, en dar alimento, en trabajar en el ámbito sanitario, caritativo, etc., a fin de que el Evangelio llegue a todos los rincones de la tierra y se desarrolle la Iglesia en cada pueblo, en cada rincón del mundo y se testimonien los mismos valores del Evangelio. 

El mes de octubre tradicionalmente es el mes misionero de la Iglesia. En este mes reflexionamos y oramos por la misión. Le preguntamos al Señor qué quiere de nosotros y cómo podemos llevar a cabo, cada uno, la misión a la que hemos sido llamados. Es un mes de interioridad a los pies del Señor, siempre de la mano de María, pues es también el mes del Rosario. Es por eso que, teniendo como actividad primera la oración y la contemplación de los misterios de Dios, podemos salir también de nosotros mismos para anunciar nuestra esperanza, ¡salir a la misión! Salir a evangelizar allá donde la Iglesia nos envíe. Y por supuesto, colaborar también con nuestra ayuda económica; el Evangelio es gratis, pero la cantidad de proyectos y el sostenimiento de los misioneros es algo que hacemos entre todos los bautizados. 

Dios siga bendiciendo a las Obras Misionales Pontificias, ese gran vehículo del Papa, para que el Evangelio sea proclamado en todo el mundo.

 

– P. Rodrigo Hernández

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