Varios años atrás, estando yo en un hotel de la zona este de República Dominicana, donde trabajaba, un aneurisma cerebral me explotó y sangró. Estaba conversando con el gerente y de repente sentí un fuerte dolor de cabeza. El cuadro que presenté era de convulsiones, desmayo, pérdida de conciencia y devolviendo todo lo que había comido. Después, cuando desperté estaba en una silla de ruedas, camino al consultorio médico. No soportaba el dolor de cabeza; era indescriptible, me sentía somnolienta y sin fuerzas.
Esa noche me acompañaron dos compañeras de trabajo, quienes se quedaron conmigo por si algo me sucedía, a la medianoche caí inconsciente y me llevaron a la clínica. Lo que me diagnosticaron era problema estomacal o gastritis. Al otro día me enviaron a mi casa en un vehículo del hotel.
Fuimos al gastroenterólogo, quien después de hacerme los estudios pertinentes me informó que estaba muy bien, pero me sugirió que fuera a un neurólogo por el persistente dolor de cabeza. Fui a la consulta con el neurólogo. Me indicó una tomografía cerebral. El estudio reveló un aneurisma cerebral en la arteria anterior derecha, que es una mal formación de la arteria: las paredes de la misma se debilitan y por eso explotan y sangran.
La solución a mi problema era hacerme una cirugía en la cabeza, y debía ser de inmediato por la gravedad de mi caso. De hecho, tuve que firmar un papel al doctor donde le decía que me responsabilizaba por irme a mi casa y no quedarme interna para la cirugía.
En el consultorio del doctor le pregunté si existía otra opción para sanar mi mal y él me comentó que sí, que hay un procedimiento que se llama Embolización, que es como una especie de cateterismo. Al salir del consultorio y con la cabeza que “no podía con ella” y ahora con una decisión de vida que tomar, lo primero que vino a mi mente y a mi corazón fue una canción que dice:
Ya estando en casa, una hermana de comunidad me llamó para saludarme, pues tenía mucho que no hablaba con ella. Le comenté mi problema y me dijo que la persona a la que debía acudir era un neurocirujano especialista en aneurismas, quien es un hermano en la fe que yo había evangelizado cuando servía en el Ministerio de la Casa de Oración, de la parroquia donde anteriormente me congregaba. Ella lo llamó, y a los cinco minutos él me estaba llamando y fui a una primera consulta a las 9:00 a.m., del día siguiente.
Efectivamente mi problema era el que me habían diagnosticado. ¡Y ese doctor es de los pocos médicos que hacían dicho procedimiento! Programamos la fecha de la cirugía y me pasaba los días acostada o sentada sin moverme, solo lo hacía para los análisis que me tenía que realizar. Llegó el día programado y me hicieron la cirugía. Todo bien. El reposo de un mes que tuve después de la cirugía fue un éxito: quedé perfectamente.
Ha sido la experiencia más fuerte que he podido experimentar en mi vida, porque si hoy estoy aquí contándote mi testimonio es porque el Señor Jesús así lo ha querido. Gracias a su bendición y amor hacia mí, cuento con la vida y la salud para seguir amándolo.
Hoy te invito a recordar que, sin importa lo grande que sea tu situación o preocupación, Papá Dios está presente y te abraza, te cuida y te ama, como lo ha hecho conmigo. Jesús nos dice que el camino no siempre será fácil, pero siempre vale y valdrá la pena recorrerlo con Él.
– Lourdes M.
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