INVOCACION INICIAL
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Himno: DE LA SALUD LA FUENTE
De la salud la fuente,
coronada de juncos punzadores,
un corazón ardiente
buscaba triste y lleno de dolores,
y, hallándola en la cruz, que atento mira,
así gime, así llora, así suspira:
«Señor, yo soy el ciervo
que tan sediento busco esos cristales;
si te ofendí, protervo,
ya vuelvo arrepentido de mis males;
y no me he de apartar de tu presencia
sin perdón, sin favores, sin clemencia.
En esa cruz clavado,
arco de paz te hicieron tus finezas,
y, pues enamorado
así encender pretendes las tibiezas,
que se abrasen las mías hoy te ruego
con tu luz, con tu llama, con tu fuego.
El Dios de las venganzas
un tiempo los profetas te llamaron,
mas ya mis esperanzas,
desde que hombre te hiciste, mejoraron,
pues Dios de amor te miran en prisiones,
sin carcaj, sin saetas, sin arpones.» Amén.
SALMODIA
Ant 1. Mi grito, Señor, llegue hasta ti; no me escondas tu rostro.
Salmo 101 I – DESEOS Y SÚPLICAS DE UN DESTERRADO
Señor, escucha mi oración,
que mi grito llegue hasta ti;
no me escondas tu rostro
el día de la desgracia.
Inclina tu oído hacia mí;
cuando te invoco, escúchame en seguida.
Que mis días se desvanecen como humo,
mis huesos queman como brasas;
mi corazón está agostado como hierba,
me olvido de comer mi pan;
con la violencia de mis quejidos,
se me pega la piel a los huesos.
Estoy como lechuza en la estepa,
como búho entre ruinas;
estoy desvelado, gimiendo,
como pájaro sin pareja en el tejado.
Mis enemigos me insultan sin descanso;
furiosos contra mí, me maldicen.
En vez de pan, como ceniza,
mezclo mi bebida con llanto,
por tu cólera y tu indignación,
porque me alzaste en vilo y me tiraste;
mis días son una sombra que se alarga,
me voy secando como la hierba.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Mi grito, Señor, llegue hasta ti; no me escondas tu rostro.
Ant 2. Escucha, Señor, las súplicas de los indefensos.
Salmo 101 II
Tú, en cambio, permaneces para siempre,
y tu nombre de generación en generación.
Levántate y ten misericordia de Sión,
que ya es hora y tiempo de misericordia.
Tus siervos aman sus piedras,
se compadecen de sus ruinas:
los gentiles temerán tu nombre,
los reyes del mundo, tu gloria.
Cuando el Señor reconstruya Sión,
y aparezca en su gloria,
y se vuelva a las súplicas de los indefensos,
y no desprecie sus peticiones,
quede esto escrito para la generación futura,
y el pueblo que será creado alabará al Señor:
Que el Señor ha mirado desde su excelso santuario,
desde el cielo se ha fijado en la tierra,
para escuchar los gemidos de los cautivos
y librar a los condenados a muerte,
para anunciar en Sión el nombre del Señor,
y su alabanza en Jerusalén,
cuando se reúnan unánimes los pueblos
y los reyes para dar culto al Señor.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Escucha, Señor, las súplicas de los indefensos.
Ant 3. Tú, Señor, cimentaste la tierra, y el cielo es obra de tus manos.
Salmo 101 III
El agotó mis fuerzas en el camino,
acortó mis días;
y yo dije: «Dios mío, no me arrebates
en la mitad de mis días.»
Tus años duran por todas las generaciones:
al principio cimentaste la tierra,
y el cielo es obra de tus manos.
Ellos perecerán, tú permaneces,
se gastarán como la ropa,
serán como un vestido que se muda.
Tú, en cambio, eres siempre el mismo,
tus años no se acabarán.
Los hijos de tus siervos vivirán seguros,
su linaje durará en tu presencia.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Tú, Señor, cimentaste la tierra, y el cielo es obra de tus manos.
V. Ahora es el tiempo propicio.
R. Ahora es el día de salvación.
PRIMERA LECTURA
De la carta a los Hebreos 9, 11-28
CRISTO, SUMO SACERDOTE, ENTRÓ DE UNA VEZ PARA SIEMPRE EN EL SANTUARIO CON SU PROPIA SANGRE
Hermanos: Cristo se presentó como sumo sacerdote de los bienes futuros y entró de una vez para siempre en el santuario. Entró a través de una Tienda de Reunión más sublime y perfecta, no fabricada por mano de hombre, es decir, no perteneciente a este mundo. Y entró no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre, obteniendo para nosotros una redención eterna.
Porque si la sangre de los machos cabríos y de los toros y la ceniza de la ternera esparcida sobre los que se han contaminado los santifica en orden a la pureza legal externa, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por medio del Espíritu eterno se ofreció inmaculado a Dios, purificará nuestra conciencia de las obras muertas, para dar culto al Dios vivo!
Para eso precisamente es el mediador de una nueva alianza, para que mediante su muerte, ofrecida para redimir las transgresiones cometidas bajo la primera alianza, reciban los que han sido convocados la herencia eterna prometida. Pues, cuando se trata de un testamento, es preciso hacer constar la muerte del testador, ya que la disposición testamentaria sólo adquiere valor en caso de muerte del testador y nunca es eficaz mientras vive. Por eso ni la primera alianza fue inaugurada sin sangre.
En efecto, Moisés, después de haber leído a todo el pueblo todos los preceptos según estaban en la ley, tomó la sangre de los novillos y machos cabríos, agua, lana escarlata e hisopo, y roció el libro mismo y a todo el pueblo, diciendo: «Ésta es la sangre de la alianza que Dios ha establecido para vosotros.» Y, de la misma manera, roció con sangre la Tienda y todos los utensilios del culto, pues, según la ley, casi todos los objetos han de ser purificados con sangre, y sin efusión de sangre no hay remisión.
Era pues necesario, por una parte, que las figuras y sombras de las realidades celestiales fuesen consagradas de este modo; y, por otra parte, que el santuario mismo del cielo lo fuese también, pero con sacrificios más excelentes que aquéllos. Pues no entró Cristo en un santuario levantado por mano de hombre, figura del verdadero santuario, sino en el mismo cielo, para comparecer ahora ante la faz de Dios en favor nuestro. Y no necesita ofrecerse muchas veces, como hace el sumo sacerdote, que cada año entra en el santuario con sangre que no es suya (pues en tal caso debería haber padecido muchas veces desde el principio del mundo), sino que ahora, en la plenitud de los tiempos, se ha manifestado de una vez para siempre, para destruir el pecado mediante su propio sacrificio. Y así como Dios ha establecido que los hombres mueran una sola vez y que después de esto venga el juicio, así también Cristo, después de haberse ofrecido una sola vez para quitar los pecados de las multitudes, aparecerá por segunda vez, sin relación ya con el pecado, para dar la salvación a los que lo esperan.
RESPONSORIO Hb 9, 28; Is 53, 11
R. Cristo, después de haberse ofrecido una sola vez para quitar los pecados, * aparecerá por segunda vez, sin relación ya con el pecado, para dar la salvación a los que lo esperan.
V. Mi siervo justificará a muchos, porque cargó sobre sí los crímenes de ellos.
R. Aparecerá por segunda vez, sin relación ya con el pecado, para dar la salvación a los que lo esperan.
SEGUNDA LECTURA
De los Sermones de san León Magno, papa
(Sermón 10 Sobre la Cuaresma, 3-5: PL 54, 299-301)
EXCELENCIA DE LA CARIDAD
Dice el Señor en el evangelio de san Juan: En esto conocerán todos que sois discípulos míos, en que tenéis caridad unos con otros; y en la carta del mismo apóstol leemos: Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios; quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor.
Que cada uno de los fieles se examine, pues, a sí mismo, esforzándose en discernir sus más íntimos afectos; y, si descubre en su conciencia frutos de caridad, tenga por cierto que Dios está en él y procure hacerse más y más capaz de tan gran huésped, perseverando con más generosidad en las obras de misericordia.
Pues, si Dios es amor, no podemos poner límite alguno a la caridad, ya que la Divinidad es infinita.
Así pues, amadísimos, si bien todo tiempo es bueno para ejercitarse en la virtud de la caridad, estos días cuaresmales nos invitan a ello de un modo más apremiante; si deseamos llegar a la Pascua santificados en el alma y en el cuerpo, debemos poner un interés especialísimo en la adquisición de esta virtud, que contiene en sí a todas las otras y cubre la multitud de los pecados.
Por esto, ya que nos preparamos para celebrar aquel misterio que excede a todos los demás, en el que la sangre de Jesucristo borró nuestras iniquidades, dispongámonos mediante el sacrificio espiritual de la misericordia, de tal manera que demos de lo que nosotros hemos recibido de la bondad divina, aun a los mismos que nos han ofendido.
Que nuestra liberalidad para con los pobres y demás necesitados de cualquier clase sea en este tiempo más generosa, a fin de que sean más numerosos los que eleven hacia Dios su acción de gracias, y con nuestros ayunos remediemos el hambre de los indigentes. El acto de piedad más agradable a Dios es precisamente este dispendio en favor de los pobres, ya que en esta solicitud misericordiosa reconoce él la imagen de su propia bondad.
Y no temamos la pobreza que nos pueda resultar de esta nuestra largueza, ya que la misma bondad es una gran riqueza y nunca puede faltarnos con qué dar, pues Cristo mismo es quien da el alimento y quien lo recibe. En todo este asunto interviene la mano de aquel que al partir el pan lo aumenta y al repartirlo lo multiplica. Que el que distribuye limosnas lo haga con despreocupación y alegría, ya que, cuanto menos se reserve para sí, mayor será la ganancia que obtendrá, como dice el apóstol san Pablo: Dios, que provee de semilla al sembrador y de pan para su alimento, os dará también a vosotros semilla en abundancia y multiplicará los frutos de vuestra justificación, en Cristo Jesús, nuestro Señor, el cual vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.
RESPONSORIO Lc 6, 38a; Col 3, 13b
R. Dad y se os dará: * y se os echará en vuestro regazo una medida abundante, bien apretada y bien colmada hasta rebosar.
V. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo.
R. y se os echará en vuestro regazo una medida abundante, bien apretada y bien colmada hasta rebosar.
ORACIÓN.
OREMOS,
Señor, que las saludables prácticas de la Cuaresma dispongan los corazones de tus hijos, para que celebren dignamente el misterio pascual y extiendan por todas partes el anuncio de tu salvación. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.