La Perfecta Creyente por Jacobo Lama Abreu

abril 30, 2022

La Perfecta Creyente

El verbo «creer» proviene del latín «credere» que significa poner confianza en, confiar en. Pero su interpretación más adecuada sería: «poner el corazón». El creer por sí solo no hace referencia necesariamente a verdades o a hechos demostrables del raciocinio, sino a aquellos pensamientos, ideas o sentimientos en los que uno pone el afecto, el ánimo, la fe. Yo pudiera creer algo que no es cierto y estaría creyendo una mentira. ¿Cómo saber en qué creer o en quién creer? Por la fe, el ser humano somete completamente su inteligencia y su voluntad a Dios. Con todo su ser, el hombre da su asentimiento a Dios que revela (cf. Dei Verbum 5). María dio su asentimiento perfectamente: «¡Fiat!» «¡Hágase!» y a partir de ese momento se convirtió en la morada de la Nueva Alianza en Cristo. Se transformó en la Perfecta Creyente.

En el pasaje de la Anunciación, san Lucas presenta a la Virgen como el nuevo tabernáculo de Dios (el sagrario de Dios). En la Visitación, en cambio, la propone como la Nueva Arca de la Alianza. De cualquier modo, ella es la que acoge en sí libremente la Palabra de Dios y por lo tanto ella es la Perfecta Creyente. «Dichosa tú, que has creído», (cf. Lc, 1 45) le dice Isabel. En el Magníficat esta fe es la premisa de grandes obras que se cumplen en ella y que la hacen digna de alabanza: «desde ahora me felicitarán todas las generaciones» (Lc 1, 48).

La Virgen Santísima, tomando inspiración de aquel canto de Ana, madre de Samuel, que proclamó su liberación de la vergüenza de la esterilidad, entona la liberación de todo el pueblo de Dios, que comenzó con la llegada del Salvador. Como afirmara Benedicto XVI, en la primera parte del Magníficat, «…la voz de la Virgen habla así de su Salvador, que ha hecho obras grandes en su alma y en su cuerpo… el cántico está compuesto en primera persona: “Mi alma… Mi espíritu… Mi Salvador… Me felicitarán… Ha hecho obras grandes por mí…”. Así pues, el alma de la oración es la celebración de la gracia divina, que ha irrumpido en el corazón y en la existencia de María, convirtiéndola en la Madre del Señor.» Es el alma de la que pone el corazón en Dios con perfecta confianza.
Pero el Magníficat no es solo el canto de la «humilde sierva», es también el canto de los anawim, de los pobres del Señor y de todo «Israel, su siervo». En la segunda parte del himno, seguirá diciendo el Papa, «a la voz de María se une la de la comunidad de los fieles que celebran las sorprendentes elecciones de Dios… el Señor se pone de parte de los últimos» y muestra que los verdaderos predilectos de Dios son aquellos que, como María, viven con humildad, pureza y simplicidad de corazón.
María, mujer dichosa, que creyó perfectamente en la voluntad de Dios y cantó sus maravillas, es recordada durante todo el año litúrgico. Sin embargo, la Iglesia conmemora estos acontecimientos específicos en la fiesta de la Visitación, que celebramos al final de este mes de mayo. Dicha fiesta fue introducida en 1263 por san Buenaventura en la orden franciscana y posteriormente fue extendida a toda la Iglesia por el papa Urbano VI en 1389.

En el pasaje de la Visitación de María a su prima Isabel (Lc 1, 39-56) encontramos algunos elementos que nos hacen pensar en el Arca de la Alianza. Porque creyó, pudo la Virgen convertirse en morada de Dios, en Arca de la Nueva Alianza. Pareciera que san Lucas se inspiró en el traslado del Arca a la ciudad santa de Jerusalén en época del rey David (2 Sam 6). Ambos viajes se realizaron en la región de Judá, desataron el júbilo a su llegada (el júbilo de la ciudad de Jerusalén y el júbilo de Isabel). La similitud entre las expresiones con las cuales David acoge el Arca e Isabel acoge a María, son notorias. El Arca duró tres meses en la casa de Obed-Edom y también María duró tres meses en la casa de Isabel. En ambos casos su presencia se convirtió en fuente de bendición.

Las semejanzas entre María y el Arca de la Alianza son importantes pues, por un lado, el Arca fue construida con los materiales más nobles posibles, estaba revestida de oro por dentro y por fuera, siendo algunas partes de oro macizo. Por otro lado, el Arca contenía lo más santo de Israel: las tablas de la Alianza de Dios, símbolo de la Ley o Torá. Por esto, la tradición judía decía que el Arca era incorruptible, no podía perecer, ya sea por sus materiales imperecederos o también porque la Palabra de Dios, allí contenida, es también incorruptible. Por esta misma tradición, se suscitó la piadosa creencia que el Arca fue llevada al cielo. Estos elementos que se unen a la teología mariana, nos ilustran la plenitud de la gracia en María (como le anunció el ángel) y su Asunción al cielo.

«La Mujer está en la tierra» es el título de un canto que se ha popularizado en muchas de nuestras parroquias, que algunos recordarán de hace ya varios años y que refiere todos estos sucesos: «Esa mujer que Dios había elegido para que el Hijo residiera en ella, quiso comunicar lo sucedido, la recibió Isabel la prima de ella. Eso que precedió al primer siglo, sigue ocurriendo hoy en nuestra tierra, porque María sigue su camino, va visitando siempre a su Iglesia…» ¿Quiénes somos nosotros? ¿Acaso somos dignos de que nos visite la Madre de nuestro Señor? Hoy nos unimos a coro con santa Isabel. Que María, Madre de toda la Iglesia, Virgen de la Altagracia y Perfecta Creyente, nos alcance la gracia de aumentar cada día nuestra fe, para que no nos quedemos con solo creer, sino que le creamos a Dios, creamos en sus promesas, creamos y hagamos siempre su voluntad.

¡Visítanos, oh Madre, en nuestras casas, en nuestras familias, en nuestra Iglesia, en nuestro mundo que tanto necesita de tu Hijo, y ven a cantar con nosotros las grandezas del Creador!

 

Jacobo Lama Abreu

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