Los que profesamos tener fe, hacemos nuestras las palabras sagradas del Apóstol san Pablo: “Todo sucede para bien de los que aman a Dios” (Rm 8, 28). Ciertamente es así, pero desde nuestra humanidad y fragilidad, y por encima de la fortaleza que nos brinde el gran amor que portemos, en nuestras vidas se presentan circunstancias en las que nos resulta difícil asimilar ciertas realidades. Una de ella es la partida “inesperada” a la casa celestial de algún ser querido, y en esta ocasión del Padre Paulino Mazuela Merino, un sacerdote amigo y hermano de tantos en mi comunidad, y cuya vida fue ejemplo de entrega a su ministerio sacerdotal y referente de la fe en Jesucristo.
El Padre Paulino nació el 10 de octubre de 1929 y falleció el 22 de junio de 2024, y a sus 94 años de edad aún seguía oficiando la Santa Eucaristía. Fue ordenado sacerdote el 25 de febrero de 1954, en Monforte, España; a partir de ser ordenado sacerdote, le sirvió a Dios por siete décadas, llegando a ser vicario de nuestra Catedral. Llegó a la ciudad de Mayagüez el 12 de diciembre de 1962, para un período de convivencia y servicio -tanto en la ciudad como en la Diócesis- de 61 años. Su vida sacerdotal fue de gran edificación y un verdadero ejemplo, tanto para el orden Episcopal de la Diócesis de Mayagüez como para todo Puerto Rico; supo inspirar y motivar a muchos durante todo su ministerio como apóstol del Señor.
Fue profesor y director del Colegio Católico San Benito, de Mayagüez, y por cuyas aulas pasaron cientos de estudiantes, sino miles, que en su inmensa mayoría son profesionales quienes desde sus respectivos campos de acción contribuyen al bien del país. Además, se dedicó a dar a conocer a los feligreses -desde el amor y con sabiduría- la persona de Jesucristo, sobre todo a aquellos que le tenían como guía espiritual; ejerció su sacerdocio con alto celo apostólico y fue muy respetuoso de su feligresía y de sus hermanos sacerdotes. Citando a la Dra. María Altagracia (Kalen) Amézquita Candelier, guía de la Comunidad Adoradores al Santísimo María Reina de la Paz, de nuestra Catedral: “Nuestro Pauli amaba mucho nuestra comunidad, sentía mucho respeto por nuestra perseverancia y unidad”.
El Padre Paulino se vivía y se gozaba la Eucaristía; fuimos testigos en diferentes homilías, como explicaba a los feligreses el significado de cada acto eucarístico y cómo debíamos comportarnos en cada una de esas acciones. Tuve la dicha de participar como lector el último domingo que ofició en la Catedral, domingo 16 de junio, y de verle tan contento, cuando mi hija Lourdes Marie le fue a saludar con gran afecto. En el Apostolado de Fátima recordaremos que la Misa del primer sábado de cada mes, era oficiada por él; de igual manera las misas de los miércoles a las 5:30 pm, en honor a la Virgen del Perpetuo Socorro.
Como cita san Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, sobre los sacerdotes: “Un sacerdote que vive de este modo la Santa Misa-adorando, expiando, impetrando, dando gracias, identificándose con Cristo-, y que enseña a los demás a hacer del sacrificio del Altar el centro y la raíz de la vida del cristiano, demostrará realmente la grandeza incomparable de su vocación, que no perderá por toda la eternidad” (Amar a la Iglesia, 49). Sin temor a equivocarnos, esa cita de pensamiento encierra la esencia y describe a nuestro querido Padre Paulino en su ministerio, profesado a Jesucristo y a la Santa Madre Iglesia Católica.
Como se puede evidenciar, nuestro muy querido Padre Paulino ofreció, aún a su edad, un gran y excelente servicio a la Iglesia Católica, a sus superiores, Monseñor Humberto López Bonilla (Rector de la Catedral de Mayagüez), a nuestro Obispo de la Diócesis, Monseñor Ángel Luis Ríos Matos, y por consiguiente a su Santidad el Papa Francisco, sucesor de Pedro. Sobre todo, ofreció su vida a la Sagrada Palabra de DIOS. Tanto era el amor a Jesucristo que al exponer o retirar el Santísimo sobre el Altar culminaba las jaculatorias diciendo: “Bendito sea Dios que tanto nos ama y tanto nos perdona” “Bendito sea Dios ayer, hoy, mañana y siempre”. De igual manera al rezar el Padrenuestro indicaba: “Oremos como nos enseñó nuestro hermano Jesús”. En todos sus oficios Eucarísticos los feligreses no podían irse sin que se cantara el Dios te Salve María, a quien le profesaba un inmenso amor, como me decía.
Al recibir la noticia de la partida del Padre Paulino a la Casa Celestial, cada uno de nuestros corazones se nubló; pero desde la fe, lo cierto es que Dios no se equivoca, lo necesitaba en el cielo para otras grandes encomiendas, lo necesitaba junto a Él, e indudablemente que la Corte Celestial le ha recibido con estruendosos aplausos; los cuales ahora nosotros aquí presentes también le tributamos ante tan encomiable servicio y misión. “Hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lucas 23, 43); es en este pasaje bíblico que nuestra fe es retada porque adquiere todo su esplendor, todo su valor y su fuerza. Indudablemente que no nos evita el dolor ni la tristeza; como no se lo evitó a Jesús en la Cruz. Pero nos da el consuelo y la esperanza de seguir adelante; sabiendo que no hemos perdido al Padre Paulino, sino que lo hemos ganado para la vida eterna y, cuidando el camino, cuando nos toque partir le volveremos a encontrar en la Casa Celestial.
Todos los grupos de comunidad de la Catedral, el orden Episcopal y sus hermanos sacerdotes de la Diócesis, específicamente Monseñor Ángel Luis Ríos Matos, Monseñor Humberto López Bonilla, P. Alexander Crespo Meléndez (Vicario de la Catedral) y las hermanas de Nazareth, les decimos a Jesús: “Gracias por darnos al Padre Paulino, por su ejemplo de entrega y amor a la Iglesia, a sus feligreses, por inspirar y motivar a muchos durante su ministerio, por su obediencia al Obispo y a su Santidad el Papa”…y confiados en la fe de que ya él está en el coro celestial junto a los Serafines, Querubines, Arcángeles y los 24 ancianos…también le decimos: “Gracias por ser nuestro amigo y hermano, querido Padre Paulino; gracias por tus consejos, por tus homilías y por ser un extraordinario apóstol de Dios”.
– Edgardo Rodríguez Nieves, PhD