1. Un poco de historia.
Desde el s. II, previo a la Pascua, se celebraban ya algunos días de ayuno. Posteriormente, en Roma, se estableció ya una semana y, más tarde, se alargó hasta las tres semanas. Finalmente, a ejemplo de Jesús en el desierto, se fijaron 40 días. El número “cuarenta” nos habla de nuestra condición de “peregrinos” y de “mortales”. Actualmente, lo que denominamos Cuaresma son, en realidad, 46 días, si contamos desde el miércoles de Ceniza hasta el Sábado Santo.
2. Teología y espiritualidad de la Cuaresma.
La Cuaresma se considera como un “tiempo, todo él, sacramental y santo”. Es tiempo de conversión, de cambiar el camino errado y de limpiar nuestro corazón. Los bautizados estamos llamados a intensificar tres dimensiones: la oración, para escuchar a Dios y su Palabra; el ayuno, para escucharnos a nosotros mismos en autenticidad; y la limosna, para escuchar y atender a los demás. Es también un tiempo intenso de preparación para los neocatecúmenos, quienes recibirán los sacramentos de la iniciación cristiana; y para los “penitentes”, que se acercarán al sacramento de la reconciliación y penitencia.
3. Meta final: la configuración con Cristo.
Los Evangelios del Ciclo A Cuaresma, resumen ejemplarmente las claves espirituales de la Cuaresma que nos llevarán a imitar y configurarnos con Jesucristo. En el primer domingo, contemplamos cómo Jesucristo, una vez que recibe el Espíritu Santo en el Bautismo, se retira al desierto para orar y vencer al demonio en las tentaciones que este le presenta; así nosotros tenemos que vencer las tentaciones con la fuerza del Espíritu.
En el segundo domingo, Jesucristo se transfigura en la montaña, adelantando lo que será la gloria de la resurrección, de la que todos participaremos como Él.
El Evangelio del tercer domingo nos ofrece el encuentro de Jesús con la Samaritana; como a ella, Jesús nos descubre el agua que está dentro de nosotros, que da sentido a nuestras vidas, y nos sana y nos salva.
En el cuarto domingo, Jesús cura al ciego de nacimiento, le ilumina y le regala la verdadera luz; nosotros también recibimos la luz de Cristo para ser lámparas que iluminemos con el fuego del Espíritu.
En el quinto domingo, Jesucristo resucita a Lázaro, le regala la vida; así nosotros resucitaremos a una vida eterna para siempre.
Los cinco evangelios de Cuaresma nos muestran la condición gloriosa de Jesucristo y el secreto de gloria divina al que estamos llamados. Desde el Señor, descubrimos, primero, que Él es el nuevo Adán que vence al diablo en el desierto; segundo, que es el Hijo amado y predilecto (transfiguración); tercero, que es la Fuente de agua viva (samaritana); cuarto, que es la luz del mundo (curación del ciego); y, quinto, que es la resurrección y la vida (Lázaro).
Para nosotros, también simbolizan y resumen todo nuestro proceso para llegar a ser cristianos de verdad: primero, como Jesús, necesitamos la experiencia de desierto para un mayor conocimiento de nosotros mismos y así vencer al diablo. Segundo, en el misterio de la Transfiguración, participamos ya de su Vida y de su gloria. Como la Samaritana, en tercer lugar, tenemos sed de Jesucristo, fuente de agua viva. En un cuarto momento, como el ciego de nacimiento somos liberados y limpiados de las sombras del pecado original, de los pecados personales, y de las redes de maldad social que oscurecen nuestras vidas. Finalmente, como en la resurrección de Lázaro, confesamos que Jesucristo es la Resurrección y la Vida con mayúsculas. En Él experimentamos el arte de vivir como resucitados por el Espíritu.
En la Liturgia de las Horas, también se nos presenta la Cuaresma como un éxodo o camino personal y comunitario hacia Dios. Destacamos tres claves:
4.1. Dimensión trinitaria, o el sentido profundo de todo.
4.2. Dimensión eclesial de la Cuaresma.
En el camino de pasión/muerte/resurrección de Jesucristo, la Iglesia se siente peregrina, como Él, hacia la Jerusalén celeste; y urge a la conversión real sus hijos, la renovación de sus estructuras, y de la misión pastoral y evangelizadora. La Iglesia se experimenta más que nunca misionera para anunciar la Buena Nueva de Jesucristo y del Evangelio; es el sacramento trinitario y universal de salvación. Esta misma iglesia se renueva y renace en sus hijos neocatecúmenos. Es servidora y samaritana de la humanidad del siglo XXI, llena de heridos, como un hospital de guerra.
4.3. Con Cristo, sepultados en el Bautismo, morimos y resucitamos a un nuevo estilo de vida.
En Cuaresma, al practicar el ayuno, la oración y la limosna nos educamos a vivir un estilo de vida verdaderamente cristiano y a aumentar las virtudes teologales:
El ayuno nos invita a mirar más a Dios y a menos a nosotros mismos. La limosna es un llamado contra la tentación de tener y vivir para acumular bienes materiales, y así ver las necesidades de los demás. La oración es la escucha atenta de Dios que nos sigue hablando al corazón.
El ayuno aumenta la esperanza en Dios, fuente y origen de todos los bienes; la limosna, agranda la caridad hacia el hermano. La oración nos purifica en lo que tiene que ser una vida de fe auténtica.
En esta Cuaresma 2023, hagámonos las mismas preguntas de san Ignacio de Loyola: ¿Qué he hecho por Cristo, qué estoy haciendo por Él, qué debo hacer por Él?” (EE 53). Que la Virgen nos sostenga y acompañe en nuestro caminar hacia la Pascua.
– Mons. Raúl Berzosa
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