A JESÚS POR MARÍA

enero 1, 2023

Nací en un hogar cristiano, viendo a mi padre escuchar por radio el Santo Rosario todas las tardes en compañía de mi madre, quien como buena higüeyana, por supuesto, es devota de la virgen de la Altagracia; sin embargo, yo crecí un tanto alejada de “dichas costumbres”. 

En una etapa más adulta, y por motivos de estudios, me trasladé a la ciudad Santo Domingo, donde resido desde entonces. 

A su vez, y durante el período en que laboraba en una compañía telefónica establecida en el país, conocí a quien hoy es mi esposo. Con el paso del tiempo vinieron los hijos, pero fue a través del nacimiento de nuestro segundo hijo, donde tuve mi encuentro con la Virgen María, y a través de ella, con su Hijo, Jesús. 

Durante el embarazo de mi segundo hijo, las sonografías mostraban un problema en uno de los riñones del bebé, por lo que mi esposo y yo acudimos a un especialista. 

Ese doctor, luego de verificar todas las pruebas, nos dijo que el bebé debía ser operado a los pocos meses de su nacimiento, para solucionar el problema de los riñones. 

Aunque los médicos señalaban que el pronóstico quirúrgico era bueno, pasé los últimos meses de mi embarazo muy angustiada, debido a que una intervención a un bebé de pocos meses, es algo muy delicado. Mensualmente me hacían sonografias, donde se visualizaba la malformación de uno de los riñones. 

Por otro lado, y cursando el último período de mi embarazo, recibí la visita de la Virgen a través de una invitación que acepté de la esposa de mi cuñado. Un grupo de amigas fueron a mi casa a orar, y en aquel momento, a pesar de no tener el buen hábito del rezo del Santo Rosario, mientras lo hacíamos, sentí una enorme paz. 

Al nacer el niño, pudimos llevarlo donde el Padre Emilano Tardif, para que orara por él y su afección. Este sacerdote le impuso las manos, me miró y me dijo. ¿Tú crees en la Virgen? ¿Tú tienes fe? En ese momento, y aunque me pasaron por la mente todos los Rosarios con los que no me sentía muy a gusto cuando mis padres lo escuchaban por la radio durante mi infancia, como en un “salto de fe”, le contesté que sí. 

¿Y quién más que María, con su corazón de Madre, podía entender la angustia que me embargaba en esos momentos? ¿Quién mejor que ella, para acompañarme e intecerder ante su Hijo para que, el mío, viniera sano a este mundo?. Luego de este sí que pronuncié, el Padre Emiliano me dijo: “Tu hijo está bien”. En ese momento, una paz inmensa me rebosó de alegría y acudí a realizarle al recién nacido, los estudios de rigor. 

Recuerdo que mientras la doctora del centro revisaba la sonografía tenía cara de extrañeza y me solicitó los estudios anteriores. Se los entregué y le dije…. ¿No encuentran nada, verdad? ¿Está todo bien, cierto? 

Y se lo preguntaba con la certeza de que Dios había realizado el milagro por medio de la intercesión de la Virgen María. 

La sonografista me entregó los resultados diciéndome que los llevara al especialista. El cirujano pediátrico que había estado llevando el caso de mi hijo, al ver los estudios, me dijo que estábamos ante la presencia de un milagro pero que él quería confirmarlo con otros estudios más profundos; lo cuales no fueron realizados, ya que Dios no hace milagros a medias, y yo no necesitaba ninguna confirmación. 

Mi hijo Edmundo ya cumplió 25 años de edad sin nunca haber presentado problemas en los riñones. Él, junto a mi hija mayor, Shantalle, son los dos milagros de amor que me ha regalado la vida. 

Vivo agradecida de que María me haya acompañado en todos estos años en educar a mis hijos, y de que Jesús haya puesto sus ojos en mi familia, recibiendo de Él, su gracia y bendición.

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