75 AÑOS DE LOS PADRES CARMELITAS DESCALZOS EN REPÚBLICA DOMINICANA
(24 DE AGOS TO DE 1951- 24 DE AGOS TO DE 2026)
16 DE JULIO – DÍA DE NUESTRA SEÑOR A DEL CARMEN
Rumbo a Jarabacoa, los altos caminos se extendían ante mí, bordeados por montañas que parecían susurrar antiguas historias de fe. El verdor que refresca el alma y que envolvía el paisaje, despertó en mí la memoria de un lugar sagrado: el Monte Carmelo, el jardín de Dios, al norte de Israel. El Carmelo es el escenario majestuoso donde los primeros carmelitas encontraron su llamado. Como dijo san Juan de la Cruz en su poesía Cántico Espiritual: “¡Oh bosques y espesuras plantadas por la mano del Amado!, ¡oh prado de verduras de flores esmaltado!, decid si por vosotros ha pasado.”
Así como muchas veces las montañas de Jarabacoa enamoran el interior, así fueron conquistados los primeros ermitaños en el Monte Carmelo. Inspirados en el profeta Elías consagraron sus vidas meditando día y noche la ley del Señor. La altura de la montaña fue para ellos un lugar teológico, un espacio para vivir en obsequio de Jesucristo; les ofrecía el retiro perfecto para su entrega total. El origen se remonta a la primera década del Siglo XIII. Los carmelitas construyeron pequeñas celdas dispersas en la ladera de la montaña, creando una comunidad que vivía en la simplicidad y la pobreza. Unidos por una profunda devoción, se reunían en una capilla dedicada a la Virgen María, conocida como Nuestra Señora del Monte Carmelo, la Virgen del Carmen.
La inestabilidad política de Tierra Santa los obligó a abandonar su amado monte y buscar nuevos horizontes. Cruzaron mares y tierras desconocidas, llevando consigo su espíritu contemplativo a Europa, fundando monasterios en Italia, Francia e Inglaterra. La semilla de su fe se dispersó, pero nunca dejó de florecer, hasta recibir el escapulario de la Virgen del Carmen en 1251. A pesar de los desafíos, la Orden continuó creciendo y adaptándose a nuevas circunstancias.
Siglos después, su legado se vería renovado por el fervor de santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz, quienes con su reforma en el siglo XVI marcaron el nacimiento de los Carmelitas Descalzos. La orden continuó creciendo, extendiendo su presencia por el mundo, manteniendo viva la devoción a la Virgen del Carmen, guiando almas en su búsqueda de Dios.
Con el tiempo, en un pequeño pueblo con apenas dos mil habitantes, sonaban las campanas de la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, en el intenso calor del verano de 1951. Fue una entrada apoteósica. No era la llegada del “Jefe” que aún gobernaba; era la alegre novedad de tres frailes Carmelitas Descalzos llegando a Sabana de la Mar, en República Dominicana. Era una tarde de verano, con un intenso calor caribeño y un aire expectante con olor a mar. La imagen de la Virgen del Carmen encabezaba la procesión, rodeada de fieles emocionados, de autoridades que ofrecían su respaldo y de una banda de bomberos que marcaba el ritmo de la celebración con su música vibrante.
La llegada de los frailes no fue casualidad, sino el cumplimiento de un destino tejido con fe y devoción. D. Ángel Merino, español terciario carmelita, de espíritu inquieto, había abierto las puertas para que el padre Abelardo, vicario provincial en Cuba, trajera consigo el carisma del Carmelo en la prédica de la novena de la Virgen de la Altagracia en Higüey. El arzobispo, Mons. Ricardo Pittini, le ofreció una parroquia en Sabana de la Mar sabiendo que el pueblo estaba listo para recibirlos.
Una fundación humilde pero llena de esperanza, evocaba los orígenes de Duruelo: tres camas, un comedor y una pequeña cocina. A escasos metros, el mar susurraba historias de resistencia y nuevas oportunidades. Pronto, el padre Abelardo, aquejado de una úlcera, tuvo que regresar a Cuba y luego a España, dejando en manos del padre Emiliano de Batuecas y del padre Julio Ferrero la misión de fortalecer la comunidad. La misión de los primeros carmelitas se expandió con rapidez, llegando a Santo Domingo en 1954, La Vega en 1959 y, con el paso de los años, adquiriendo iglesias, Centro de espiritualidad, parroquias y colegios, como San Judas Tadeo en 1962 y la casa de formación en Villa Mella en 1985. Cada nueva fundación era más que un espacio físico: era un hogar para la oración, la enseñanza y la vida en comunidad.
Finalmente, en 1989, Santiago de los Caballeros se convirtió en otro eslabón de esta historia sagrada. Aquel legado, nacido de una procesión y sostenido por la fe de generaciones, sigue iluminando corazones en la República Dominicana, donde la presencia del Carmelo Descalzo sigue siendo un faro espiritual centrado en Cristo junto a la Virgen del Carmen.
Hoy en día, los Carmelitas continúan siendo una presencia significativa en la Iglesia Católica, dedicándose a la vida contemplativa y al apostolado. La devoción a Nuestra Señora del Monte Carmelo sigue siendo central en su espiritualidad, y la historia de su origen en el Monte Carmelo inspira a innumerables personas en su camino de fe. En cada rincón donde habita la espiritualidad carmelitana, el Monte Carmelo sigue siendo más que un lugar físico: es un símbolo de la entrega total, del amor en la sencillez y de la contemplación como camino hacia lo divino.
Con el susurro del Espíritu Santo, en cualquier lugar del mundo, el espíritu del Carmelo sigue conquistando corazones para la unión con Dios.
– Fr. Sandy Ant. Fernández, OCD.
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